El especulador de huevos. Un elogio de la especulación.

Mi abuelo era especulador de huevos.

"Efectuar operaciones comerciales o financieras, con la esperanza de obtener beneficios basados en las variaciones de los precios o de los cambios", "Comerciar, traficar", "Procurar provecho o ganancia fuera del tráfico mercantil". "Se aplica a la persona que compra bienes cuyos precios se espera que suban a corto plazo con el único fin de venderlos oportunamente y obtener beneficios", todo esto dice el diccionario de la RAE.

Si buscamos sinónimos en cualquier manual aparece una aproximación mejor al sentido común - entendido como cotidiano -: traficante, negociante, estraperlista, estafador, usurero, acaparador..., lo que nos da un buen ejemplo de que lo que acontece en economía es bastante más complejo de lo que la gente piensa habitualmente. El sentido común aquí aparece como un sentido vulgar, arrasado por años de influencias de pensamiento dominante, religioso y político.

En el pueblo de Soria en el que se instaló en el año 1925, después de casarse, decidió dedicarse al comercio. Supongo que sus pretensiones eran modestas, algo había que hacer para sacar la familia adelante. Otro de sus hermanos era comerciante en un pueblo próximo y no le iba mal, además no quería ser agricultor, y la milicia y el clero no eran de su agrado, nunca sintió la llamada de esas vocaciones. El trabajo público exigía una formación que no tenía y tampoco sus padres tuvieron acceso a los contactos adecuados para acabar trabajando en el Ayuntamiento, o en la capital como contratado en abastos.

El empuje cotidiano lo llevó a fundar una tienda de ultramarinos, como otras que ya existían, pero la suya sería diferente, más completa, la mejor. La ubicó en la calle principal, en la carretera que atravesaba el pueblo camino de Aranda de Duero viniendo de El Burgo de Osma. En la fachada anunciaba: Santiago Gómez, "El Pintao". "Vinos Ultramarinos Paquetería Ferretería Muebles". En una amplia y aseada planta baja colocó lo mejor que pudo la mayor parte de lo que vendía, y en el almacén trasero guardó lo más voluminoso y lo menos solicitado diariamente.

Se podían comprar latas grandes de chicharro en escabeche y de atún en aceite, sardinas en latas pequeñas y también en salazón, traídas en barricas. El ferrocarril permitía el abastecimiento de pescado fresco, directamente desde Vigo, había merluza, pescadilla, congrio, bertorella, bonito, besugo y numerosos peces de tamaño pequeño, todo tipo de legumbres, huevos de "calidad superior", aceitunas de varias procedencias, aceite de Jaén, vino de Cariñena y de La Mancha, naranjas y plátanos, patatas y cebollas, las hortalizas que daban la huertas del Duero y, fuera de temporada, otras que venían de la Rioja y Navarra, castañas, avellanas, almendras y nueces, arroz, leche condensada y caramelos, en las especias nunca faltaban los sacos de pimentón, el clavo, cajitas de azafrán y la pimienta.

Y eso era una parte. Suministraba material de construcción - tejas, cemento, ladrillos... -, escobas, cubos, cacerolas, sartenes, cubiertos, platos y vasos, ropa de señora y caballero, alpargatas, muebles, trébedes para los pucheros, cubas para el vino, material de ferretería, bicicletas, con sus parches, gomas y bombas de aire, cuadernos, pinturas y lapiceros para los niños, piensos, sal al por mayor, en sacos y en bolas, para los panaderos y los animales, cestos para vendimiar...

Aunque pudiera parecer que vendía de todo, no era así. No vendía harina, pan, leche fresca, carne ni sifones y gaseosas, esos productos se compraban en la harinera, las cinco panaderías que existían, la vaquería, las múltiples carnicerías y en la fábrica de sifones y gaseosas, única por la zona.

Mi abuelo también era único en la comarca. A finales de los años cuarenta compraba en los pueblos de los alrededores los huevos de "calidad superior" de los pequeños agricultores y los mandaba en tren a Barcelona y Madrid. En los años cincuenta ya tenía tiendas especializadas en las dos grandes ciudades de España.

En los festejos del Corpus Christi, año tras año, se editaba una revista especial que recogía el programa de los actos religiosos y las actividades de entretenimiento, abarrotada de publicidad de los comerciantes que pagaban los gastos de las fiestas. Mi abuelo, una vez consolidó su posición, se anunciaba así: "Santiago Gómez Parra, El Pintao, especulador de huevos".

La historia de mi abuelo es la de tantos comerciantes e industriales que se dedicaron por necesidad y con pasión a una actividad que solucionaba las necesidades de su familia y de sus conciudadanos. Pasado el tiempo, ya en el siglo XXI, hay que defender que el uso del término se utilice en una mayoría de casos de modo incorrecto, a veces lacerante, otras descalificativo, pero pocas veces dejando una duda sobre el papel beneficioso de aquellos que compran y venden con el afán de ganar dinero satisfaciendo las necesidades más básicas de los que le rodean.

También dice la RAE sobre especular "meditar, reflexionar con hondura, teorizar", y a renglón seguido "Perderse en sutilezas o hipótesis sin base real".

Meditemos y reflexionemos, ubiquémonos, y defendamos el sentido común sin sutilezas.

D. Reinolfo Ortiz Gómez
Empresario